MOHAMED CHAKOR Y MOISÉS GARZON SERFATY. UNA LITERATURA PARA EL COMPROMISO Y LA VIDA

F. MORALES LOMAS

Presidente de la Asociación Andaluza

de Escritores y Críticos Literarios y

de la Asociación Internacional

Humanismo Solidario

MOHAMED CHAKOR es uno de los escritores más relevantes de Marruecos. Nacido en Tetuán en 1937, su obra es un compendio de lo mejor que se ha escrito en este país hermano. Alcanzó su licenciatura en Periodismo y Relaciones Internacionales en Madrid y desarrolló una labor profesional muy importante en Rabat como director de la emisión española, así como director de programación y producción árabe y francesa, y director de la cadena internacional, entre otras muchas actividades. Desde 1985 trabajó en España, como periodista en Radiotelevisión Española y, a partir de 2006, dirigió igualmente el programa “Islam, diálogo y convivencia” de RNE.

Su vida pública le ha permitido pronunciar múltiples conferencias en diversas universidades y ha confundado la Universidad de Verano Al-Motamid Abbad de Arcila (Tánger), siendo miembro del Comité Organizador de los Encuentros Interreligiosos de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), entre otras muchas. Como poeta, recibió el Premio de Poesía de la Ciudad de Tetuán por la obra Tetuán (1986), poemario escrito conjuntamente con Sergio Macías. Ha participado en múltiples obras con importantes autores españoles de la que seleccionamos la Antología de relatos marroquíes en lengua española, editada junto a Jacinto López Gorgé (1985), donde se recogen relatos sobre Marruecos. Entre sus obras podemos citar: Cultura islámica (1989), La llave y otros relatos (1992), Aproximación al sufismo (1993), La llave y Latidos del Sur (1997), El moro en el imaginario español (1998), Mediterráneo sur, subdesarrollo y esperanza (2002), Bosque viviente. Cuentos ecológicos y sufíes (2002 y 2004), Nuestra diáspora. Las dos orillas o Narraciones  mediterráneas (2003 y 2004), Tetuán en el corazón (2006), Pesadilla y otros relatos (2008)…

En la amplia producción literaria de MOHAMED CHAKOR existe una hondonada en la esencia del ser humano y su sentido en el mundo, tanto en el sufismo, con obras como Aproximación al sufismo (1993), como en el ensayo, los relatos y la poesía donde siempre surge la razón de ser de nuestra existencia humana.

Muchos de sus poemas están también impregnados de esa vía sufí, tan presente en su forma de ver el mundo y en el conocimiento del alma del poeta y su purificación. Precisamente en “Diván Sufí” existe una permanente búsqueda de la luminiscencia en un mundo que parece derrumbarse y donde palidece: “Zozobran en el vacío,/ en la ausencia”.

Existe en la obra de Chakor la esencialización del gozo de vivir a través de esa purificación del conocimiento que le permite encontrarlo quizá en el “arpa del amor”, en tanto la naturaleza en torno le sirve como fantasía efímera.

Un universo para experimentar las sensaciones y donde depositar los secretos del alma. Y su animación a que exaltemos las razones de su existencia lo llenan de un júbilo que también recoge en sus prosas y ensayos como en “Canto a la vida”, cuando dice: “La vida es un don del Creador, pero disfrutarla depende de nuestra sabiduría”. Que le lleva a decir en otro momento:

La felicidad es el más eficiente tratamiento anti-Edad. Sus principales ingredientes son: aprender a ser mejores, combatir los pensamientos negativos, estar contentos con nuestra suerte, gozar de buena salud, amar mucho y no perder el sentido del humor.

Toda una declaración de principios vitales a los que se debe aspirar. Y para ello es consciente de que este camino iniciático es hacia el futuro, “para conocer la Verdad”.

Pero en esa andadura el yo poético ha de despojarse de las encarnaduras que habitan el mundo y apropiarse de una ética, de un compromiso espiritual que lo haga único. Es consciente de esa lucha contra el odio, la envidia, el egoísmo… y todas las demonizaciones que azuzan al cuerpo y al alma: “Huir de las tinieblas/ incita a la búsqueda del sol”.

Sabe que la poesía puede ser el cauce para expresar ese mundo en constante agitación donde al mismo tiempo que se “conoce el éxtasis del alba”, podemos caer en “las ideas nocivas” que inoculan veneno y nos impiden alcanzar esos “peldaños de la luz” ansiados: “Versos como ráfagas dolientes de cierto tono profético heredado de la tradición árabe. Versos flujo y reflujo, perpetuo movimiento de interrogantes, perdurable intento de explicarse el mundo” (Merino García, 2016: 25).

El sufí vuela por sí mismo hacia el camino de la Verdad, aun siendo consciente de que el tiempo será la boca feroz que todo lo devore, pero necesita escapar de esas ataduras humanas y alcanzar mediante el esfuerzo y la indagación el bien ansiado.

Sabe que el humano vive en un “destierro vitalicio” y la poesía, como el amor de la amada, pueden ser instrumentos para el conocimiento, y la sabiduría ansiada la paz del corazón en el poema. 

En su poesía existe esa permanente antítesis entre lo alcanzado y lo por llegar, en una suerte de diáspora humana por el mundo, como “una paciente espera” que nos lleve a esa “sonrosada luz del alba”, que tanto le extasía, porque como en su momento sucedió a Rubén Darío existe una pregunta que siempre ronda su cabeza: ¿Adónde vamos y de dónde venimos? ¿Qué lugar ocupamos en este mundo?:

Le preocupa el origen y también la eternidad, su existencia la subjetiviza y entra en el mundo buscando una respuesta a las grandes interrogantes de la humanidad: ¿de dónde vengo y adónde voy?, y mientras no le llega la luz se desespera: ¿hasta cuándo este interminable cautiverio? En su poema sufí, a través del simbolismo nos entrega la receta espiritual para llegar a libar las mieles de la corola sufí y conocer el éxtasis de la claridad. (Macías, 2004: 45).

Pero al mismo tiempo existe en su lírica un intento de recuperar paraísos perdidos, lugares, espacios, sensaciones que en el decurso de la vida han ido sucumbiendo y, en esa dinámica vivencial, la poesía nace como una horma perfecta para devolverles la prestancia que tuvieron.

Uno de ellos es el obituario morisco, esa injusticia histórica que lo hiere profundamente y le hace hablar de la usurpación de la memoria, de las lágrimas o las injusticias hirientes. Así sucede en la exaltación de ciudades como “Canto inconcluso a Tetuán”, en el que junto a las hipérboles enumerativas que ahorman una suculencia de adjetivaciones (“¡Oh, Tetuán, cinco veces centenaria,/ te añoran quienes en tu tierno regazo/ su corazón ardiente reclinaron”) germina la vida por doquier, las ofrendas a la existencia, la embriaguez de los perfumes y ese vergel donde las mujeres, “de ojos heridores”, “aletean ensueños e ilusiones/ junto a deseos y lágrimas iridiscentes”.

También Tánger, “jardín de pensamientos y de enigmas/ que florecieron en epopeyas inmortales”, o en “Chefchaouen”, que es definida con la exuberancia de todos los sentidos como un sensual “racimo de agua, andalusí y rifeña,/ en medio de exuberantes y aromáticos vergeles”.

Siempre existe ante sus poemas dedicados a espacios vividos como un éxtasis, una exaltación hiperbólica en la que los sentidos nos encandilan en su afán de hacer del poema el depósito del deslumbramiento, el canto onírico o el depósito de lo sensual.

O poemas como “Sur”, donde la temática de la dignidad y un fuerte sentimiento crítico, aflora en su defensa de la democracia y las raíces profundas de la cultura. Un componente crítico y humano que también se halla muy presente en lo que hemos venido llamando «Humanismo solidario»:

Todo es triste. Se quedarán sin estrellas

las noches de los trabajadores y labriegos

asolados por el hambre.

En toda su obra existe esa voluntad de defensa del otro y su mundo como si fuera el suyo propio, un mundo sugestivo y vital que estuviera continuamente recreándose desde posturas éticas y morales, que nace junto al ser doliente, el ser que sufre las embestidas de la existencia:

Su oficio de periodista le ha llevado a conocer el lado más tenebroso del hombre, ese que hace que los hermanos lleguen a enfrentarse por diferencias políticas, religiosas o étnicas, y eso, indudablemente, le ha obligado a posicionarse. Siempre del lado del más débil, siempre del lado del más humilde, siempre con un ideal presente: que en cualquier circunstancia ha de respetarse al que no piensa o cree igual, que es imprescindible comprender al otro (Barce Gallardo 2016: 35)

En el poema “Medias lunas errantes” se concreta perfectamente ese compromiso y la poesía tiene entonces el rumbo de la denuncia y la exaltación de la consistencia de lo humano ante la tragedia del Estrecho: “Cementerio marino de medias lunas errantes,/ no me libera el racismo y la xenofobia”. También en el poema “Sequía” adquiere una especial sensación dolorosa cuando habla del hambre, del desconsuelo, de las plagas con las que son martirizados: sequía, genocidios, hambrunas, cólera, ébola, sida. Lo que lleva a considerar que estamos ante el poeta del compromiso:

Incluso el erotismo surge como un canto a la vida y al placer en poemas como “Flores de sensualidad”: “Niña, tus erguidos pezones,/ flores de sensualidad,/ transmutan otoño en primavera”. Una poesía que tienta la esencia de lo humano y permite elevar la condición del ser a través de un lenguaje profundamente metafórico y creador que respira una esencialización humana:

Quisiera, niña,

poner una estrella en tu sonrisa

y auroras en tus pupilas negras.

Tus senos, lunas voluptuosas, aletean,

en el palomar de los astros.

En el poema “Casida azul” fulge con especial relevancia ese erotismo que une su éxtasis ante la vida y la forma de acercarse a ella desde la pasión lúbrica que ella lo inunda.

Una poesía en la que se produce una síntesis entre la espiritualidad más ansiada de corte místico junto a la sensualidad de la existencia y su canto de vida, una vitalidad que se exalta por doquier como reclamo para extasiarse mientras tanto. Y así, frente la reverberación del conocimiento vía espiritual se llega también al mismo deslumbramiento vía corporal, sensual, en una unión cuerpo-espíritu que determina nuestro existir. Sin olvidar Al-Andalus, esa patria reconquistada, sobre todo un “top literario”, como dice Ricci (2004), tras la búsqueda de una identidad perdida y

Se empieza a validar la peregrinación hacia ese “lugar de pertenencia”; trashumancia que coincide, en muchos casos, con el ascenso social y la adopción de los valores de la clase media “occidental”. La poesía del maestro Chakor va por esta senda. Es, en cierto modo, una forma de refugio y de liberación a la vez. (Ricci, 2004: 58).

En cuanto a los relatos, los temas predominantes son Marruecos, su geografía y su cultura, con un tono plural e integrador, la hipocresía y toda suerte de debilidades.

En definitiva un escritor donde se une el misticismo y la visión sureña y tetuaní con el norte europeo y andalusí, como decía Muñoz Lorente (2004), pero donde, como dice Gil Grimau (2004: 54), “encontramos un autor místico, a caballo entre la nostalgia morisca, que repercute en su acontecer moderno, y el futuro tomado a dosis con esperanza”. Y como resume perfectamente Gahete (2008: 70), un escritor con

 Un perfecto pulso narrativo en el que pondera, con envidiable discernimiento, expresión y temática, su trayectoria personal ha sido modelo y guía de las nuevas generaciones, «el maestro que abre el camino para que otros sigan su ejemplo». Profundidad, compromiso y voluntad de estilo marcan una obra ajena al tiempo; una obra a la que habrá que regresar indefinidamente para comprender el sustrato y sedimento de la literatura hispanomagrebí.

La trayectoria vital y literaria de MOISÉS GARZÓN SERFATY es tan amplia como su propia existencia que cumple ya noventa años. Nacido en Tetuán en 1927 y emigrado a Caracas (Venezuela) en 1958, cuando contaba con una treintena de años, su obra ha sido desarrollada en su mayor parte en ese país latinoamericano habiendo sido –además de economista- un poeta y periodista que ha organizado múltiples actividades colectivas como el Centro de Estudios Sefardíes de Caracas y el Centro de Difusión de la Cultura Sefardí de Buenos Aires… Entre sus obras podemos citar Jirones del corazón (1979), Sinfonía de piedra (1985), Voz de tierra. Voz del pueblo (1986), Trópico insomne (1988), Voz del alma (1990), Voz delirante (1991), Voz de esperanza (1999), Voz de eternidad (2006), Tetuán. Relato de una nostalgia (2008) y Poemas morales y otros escritos (2012)…

Su labor social ha sido enorme tanto como su iniciativa personal en el ámbito de la cultura. Habiendo detentado responsabilidades diversas como presidente de la Asociación Israelita de Venezuela, la cofundación y presidencia de la Federación Sefardí Latinoamericana… así como el ser miembro del Comité Restringido de la Federación Sefardí Mundial o de otras organizaciones como el Comité de Acción Sionista, el Instituto de Estudios Latinoamericanos Judíos…

Sin duda que estamos ante un escritor humanista, en el sentido más amplio del término. Con motivo de la presentación de su libro Poemas morales y otros escritos (2012) decía que “es tiempo de enfrentar la injusticia y a la locura que pretenden imponerse a los más profundos anhelos de las gentes, de enfrentar a los tiranos y su poder de destrucción…”. Y en una entrevista realizada con motivo de su presentación añadía también que desde muy joven le había preocupado el prójimo, estar pendiente de él (uno de los mandamientos del judaísmo). Y en la tónica de la moral judía, del entendimiento entre las personas, le preocupaba la solidaridad.

Sus poemas están influidos por la situación actual del mundo: desigualdad, odios, amenazas… falta de solidaridad y convivencia que atenta contra la paz: “Trato de reflejar… que el judaísmo es un humanismo (…) Lo fundamental en el judaísmo es el hombre (…) Dios creo el mundo para el hombre y al hombre para que fuera el rey del mundo (…) El hombre está obligado a cuidar ese mundo”. Garzon Serfaty incide en esta idea esencial para proyectar su voluntad en aras de concienciar a la sociedad sobre la necesidad de que el ser humano esté en el centro de cualquier pretensión última. De ahí también que problemas importantes como el cuidado ambiental y el de la naturaleza hayan sido objeto de su obra y una preocupación constante a lo largo de su ya extensa vida.

En la obra citada se exalta también la amistad, la idealización de la amistad, sensaciones y sensibilidades que llegan a las personas porque su función (la del poema) es concienciar el respeto y amor por el prójimo y sensibilizar al hombre moderno en un mundo llevado por intereses y no por amor, justicia, solidaridad y tolerancia. La temática de los poemas y las prosas contenidos en el libro confluyen y analizan la amistad, el amor, el romance, la ecología, la religión y el humanismo.

Tetúan. Relato de una nostalgia (2008) es un claro reconocimiento a la memoria y, como nos dice en la “Presentación” Elías Farache Srequi, con esta obra “nos transporta en tiempo y espacio al lugar de donde venimos, con la naturalidad propia de quien viene de allí y de alguna forma, se ha quedado allí” (Garzón Serfati, 2008: 13). Una contemplación de la memoria que nos acerca a una mirada imaginaria de una ciudad en la que nos habla nostálgicamente no solo de los tiernos recuerdos cuando fue niño o después emigrante, sino también de temas como la Cábala, el misticismo y el Zóhar o Libro del Esplendor, de gran importancia porque es una guía en cada circunstancia de nuestra vida, la tzedaká, la ayuda al prójimo, la jaquetía y las supersticiones, la boda, la vida eterna, las festividades… además de interesantes ideas sobre dichos y hechos familiares como su abuela Mamá Garzón, las supersticiones o el cementerio judío de Tetuán.

Es una obra de abigarrada heterogeneidad donde se aúnan no solo sus reflexiones filosóficas, ese idealismo inmanente en torno a la concepción del ser y estar en el mundo, sino también la intimidad en la conformación de un ser de carne y hueso que ha tratado de mostrar a sus lectores. Una profunda humanidad se deriva de todas estas reflexiones donde se concitan tan diversas temáticas y, sobre todo, un pensamiento claro, consecuente y moderno en la necesidad de no olvidar nunca nuestras raíces pero tampoco el lugar que el ser ocupa en el universo. En ellas, pues, se mezcla su amplia sabiduría y conocimiento de hábitos, costumbres o modos de pensar. Así como poemas como «Añoranza de Tetuán»:

Buscaba el jardín la rosa,

sin saber que la tenía

me fui por los caminos torturados.

Desflorando pétalos marchitos,

recordando los secretos de tus tardes.

En el epílogo poético evoca la convivencia y la tolerancia respetuosa y esa existencia que recoge el corazón, la tierra y los sueños en los que se argamasa una profunda nostalgia y también la vida en su amplio sentido.

En el “Romance de Tetuán”, Garzón Serfaty, tras una exaltación inicial donde el canto de la piedra y sus pasadas glorias está presente, nos habla del misterio de sus callejas, de las risas de sus mujeres, descritas con una profunda mirada:

Risas de mujeres

castas y curiosas,

blancas en sus “jaiques”

de espuma nueva,

andar cimbreante

de alta palmera

y ojos como noches

con tu luna llena,

flotan y esparcen

y huyen y se alejan

entre las arcadas

que forman los marcos

de las siete puertas.

Una descripción que recorre humanizando la ciudad y sus entresijos con todo lujo de detalles que evocan un singladura meditativa y emotiva. Tanto como en el poema “Añoranza de Tetuán”, en el que con un aire nostálgico el poeta nos habla de la búsqueda de la rosa en el jardín sin saber que la poseía y se posiciona en ese recorrido temporal de la existencia y el asombro ante la intimidad de estas imágenes que fluyen sensuales como un beso en los labios y producen una bonhomía conquistada, donde los rincones más amados se apoderan de la existencia. Pero también existe una poesía que rememora lo recóndito,  y nos revela lo oculto. Sin duda es un recorrido sentimental profundo por el pasado vivido y por su historia personal y social. Aquellas cosas que habitan en el interior y ahora afloran con intensidad y enorme querencia.

Como dice el propio Garzon Serfaty, esta obra es un “relato nostálgico sobre mi Tetuán” donde el factor sentimental está muy presente pero también una reconstrucción histórica, que trae documentos muy importantes como el Dahir del Sultán, con el que se cedió a los judíos un lugar y la autorización para construir su barrio. Considera que si algo caracteriza a los judíos es “realismo, pragmatismo, capacidad de adaptación”, y siempre la necesidad de autoafirmar una identidad que le permita avanzar en sus premisas iniciales adaptándose a las sociedades y naciones. De estas comunidades destaca su autenticidad interior y su naturalidad. En esa conformación de la memoria Garzon Serfaty nos transporta a otra época donde la imaginación del joven se dejaba llevar de un halo literario y su lirismo narrativo acude con energía y sensibilidad: “De pronto, me sentía elevado, transportado y, de lo más profundo de mí, de lo más hondo de mi sensibilidad encendida, brotaban mis poemas, el ardor de los juveniles amores, del primer amor seguido de otros muchos…” Son estas páginas memoriales las que nos permite ahondar más profundamente en su sensibilidad al mismo tiempo que vamos construyendo una época, una historia sentimental donde surge la emigración o el regreso del indiano:

En el suelo, más sinias con teteras plateadas y vasos pequeños para tomar té, con dibujos y arabescos en colores variados, rosháyas (rociadores de esencias y perfumes), ma´oras (lámparas de armazón de metal con vidirios multicolores en las que se introducía un velón para alumbrar las habitaciones), tambores y tamboriles, y otras bagatelas típicas de este tipo de comercios…

A través de estas páginas el lector accede a un mundo desconocido o recuperado en el que Garzon Serfaty nos descubre su universo y su existencia. Como cuando habla de la escuela, la snoga o el Talmud Torá, la ceremonia en torno a la boda…, un conjunto de situaciones, imágenes y conocimientos que nos permiten entrar en la organización y la singladura de su propio mundo, donde el verso y la prosa van unidos perfectamente, como el poema “Noche de Rosh Hashaná”:

Acodado sobre la mesa

mi hermanito, el más pequeño,

con los ojitos de sueño,

va inclinando la cabeza.

Otro más se está durmiendo,

quizá hasta soñar pueda

con el día de mañana,

que con trajecitos nuevos

iremos a ver a la abuela,

que entre mimos y zalemas

nos dará té con bizcochos

de suave olor a canela.

El cementerio judío de Tetuán ocupa un espacio privilegiado, así como sus sinagogas y las reflexiones sobre El Zohar, descubierto en España en el siglo XIII por el gran místico Rabí Moisés de León, y de enorme importancia en la literatura religiosa judía. Pero la solidaridad no puede estar ausente y sus referencias a los comedores benéficos son prueba de ello.

En definitiva, Tetuán. Relato de una nostalgia es un libro de largo recorrido en el que Garzon Serfaty penetra en la memoria, en su mundo, en el judaísmo… con esa sencillez y profundidad de un verdadero humanista.

Otro libro significativo fue Voz de eternidad (poemas) (2006), en el que una vez más Garzon Serfaty mostraba su vena más solidaria e intimista al mismo tiempo, ofreciendo ese reguero de expulsiones y persecuciones de los judíos a lo largo de la historia. El propio autor justificaba la existencia de este libro afirmando que lo había escrito porque había una necesidad de esclarecer acontecimientos y situaciones, de mostrar una denuncia y un compromiso, también el dolor y el lamento ante los negadores de lo evidente, “tergiversadores de la historia, de tiranos y pusilánimes, de extremistas de diverso cuño”. Es una apuesta moral y ética, sin ninguna duda, que divide en tres partes: “Canto de mi pueblo” (con poemas dedicados a la Inquisición, la aniquilación o exterminio «Shoá», las persecuciones), “Cantos de mi tierra” y “Cantos a Dios”. Dice en “La voz de mi pueblo”:

Se desgarra mi voz regada por los surcos

derrotando la substancia del silencio

al indagar el porqué de estas ruinas.

¿Por qué la muerte artera y despiadada

extiende sin pausa sus dominios,

ahoga la savia vital de las palabras

y convierte las cumbres en abismos?

Una lírica vital, comprometida y épica en su reciedumbre, donde la voz de Garzon Serfati ahonda en ese recorrido por el dolor pero también por la denuncia histórica y la fraternidad como un aliento humano que supera toda la maldad posible. Es una voz que clama, que razona, que analiza… una voz doliente que espera una respuesta ante tanta desazón, ante esta elegía  que se rememora:

Aquí estoy ondulando mi tristeza.

Negras aguas riegan la flor de mi canto,

las raíces de mi angustia.

La niebla se extiende sobre nosotros.

Un sudario de amargura,

de oscura confusión

señala nuestro destino.

En Garzon Serfaty la perspectiva íntima y la perspectiva social, humana, la mirada hacia los otros se fusionan perfectamente en esa conformación de un humanismo solidario en la que las penas ajenas son también las propias, en las que las alegrías ajenas reconfortan también al que escribe. Es una lírica que ahorma la queja pero también que ansía erigirse en la voz de un pueblo (“Mi despertar se puebla de trinos mensajeros”), porque esa ebriedad de la tortura, de la persecución también es una forma de organizar el mundo y evitar que todo pueda ser visionado con ojos de mármol y desidia. Garzon Serfaty con estos poemas recupera la memoria. Así, el poema “Auschwitz” es todo un ejemplo de lo que decimos:

Identidad reducida a un tatuaje.

Seres convertidos en guarismos,

sin sombra y sin silueta.

Su horizontes es un alambrado,

la nada absoluta

(…)

Los recuerdos siguen vivos,

sin cicatrizar.

¡Yo soy testigo de los testigos!

¡Que no decaiga la álgida memoria!

¡Sea eterno el testimonio universal!

Que cada uno diga: ¡Yo estuve en Auschwitz!

¿Puedo pedir alivio a mi dolor,

respeto a mi cansancio

y solaz para mi hastío?

Pero junto a esta poderosa denuncia que ocupa la mayor parte del libro, también está presente la simbología más intimista del ámbito familiar y la trascendencia de la luz y lo amado: “Se consumió tu ser en la brasa del día”. Y, desde luego la luz va alcanzando progresivamente en el libro el espacio que había dejado a la desolación y las sombras:

Por fin puedo uncir mis bueyes a Tu arado,

regresar a la luz

tocar el infinito,

rescatar mi amor invicto

en la transmutación de mí mismo.

Con Voz del alma (1990 ) Garzon Serfaty  incidía respectivamente en el retorno a la esencia del judaísmo y a sus fuentes de inspiración con una profundización en la historia del pueblo judío y en su esperanza, a través de claves que nos permitían humanizar la naturaleza y proseguir ese grito desgarrador del pueblo judío y la esencia de la libertad humana y la valentía de sus héroes. Pero también el canto a la tierra y esa permanente búsqueda del judío errante como gran metáfora histórica: “Nuestra tierra no es una utopía,/ un espejismo”. La componente ética estará presente siempre en toda su obra  y el canto perpetuamente animoso de la espera: “Espero,/ rehén de la fe salvada,/ la luz de los últimos tiempos”. La lírica del nosotros está muy vigente y conforma la esencia del colectivo que solo tiene sentido si avanza en la misma senda y él cree perfectamente en esa visión porque “Lo mío es la vida,/ calor, arrebato, sueños,/ siembra de nuevas orillas”.

No podemos olvidar que toda esta lírica tiene su origen en un libro inicial como Jirones del corazón (1979), donde ya se sustanciaba simbólicamente todo su canto humano sobre la que en esos años realiza una visión sobre su poética y afirma Garzon Serfaty:

Así que, aquí tenemos al poeta, solitario entre la multitud y también, y casi al mismo tiempo multitudinario en su soledad. Cambiante, variado o diverso pero siempre uno (…) Él señala la maldad del mundo y llora por él. Se debate entre los muros de la desesperación y la esperanza. Busca en su avidez de salvación refugio en Dios, remanso de paz, de quietud, en el que el poeta hombre se siente más humano a fuerza de acercarse a lo divino.

Existe en estas palabras una conexión evidente con un misticismo humanizado que se sistematiza en la esencia de todas las verdades místicas, en la propia tradición española, tan deudora también de la sufí. La primavera o la rosa enamorada, el amor o la madre, la maternidad o la infancia de Tetuán… pueden ser la temáticas que permiten ahondar tanto en la memoria personal como en el universo de los otros para crear esa comunidad humana que tanto le gusta resaltar. Pero hay una voz doliente que también condiciona la razón de ser de su poesía que ha buceado durante años en la desolación y las heridas del corazón, en la desesperación:

Hay un muerto en mi interior,

en el fondo de mi alma,

algo que vivía en ella.

Ilusión acariciada

en largas noches de insomnio,

lóbregas noches amargas;

en días de sol radiante,

en enlutadas mañanas,

en tardes de desvarío,

tristes, desasosegadas.

Una poesía intimista que nos advierte de un poeta profundo y solidario, que sabe que la muerte es seguir viviendo, y en el que siempre existe una voz esperanzada que renace y aspira a compartir con toda la humanidad, como en su poema “Monólogo divino”: “¡Detente, Humanidad! ¿A dónde andas?”.

Con estos versos el poeta sabe que la poesía está en todas partes y el poeta un Prometeo que va en su búsqueda con las armas de la palabra y el afecto de un corazón entelerido.

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